Ascensión del Señor
En nombre de Cristo se predicará el perdón y la conversión a todas las naciones. De esto son testigos.
Lecturas: Hechos 1, 1 11; Efesinos 1,17 23; Lucas 24,46 53.
1 – No es una despedida – La ascensión no significa el final de la misión y la presencia de Jesús entre nosotros, sino el inicio de una nueva fase de la salvación realizada por Cristo junto con nosotros a través del Espíritu Santo. Éste es el significado de las últimas palabras de Jesús, antes de ascender al cielo: “Yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo”. La Iglesia es una prueba evidente de esta presencia indefectible. De hecho, Jesús permanece con nosotros de diferentes maneras a través del ministerio apostólico (Papa, obispos, sacerdotes), el libro de la Palabra, los sacramentos (bautismo, eucaristía, matrimonio, etc.), la comunidad humana.
2 – Más arriba – En realidad, con la Ascensión es justamente el hombre- a través de la naturaleza humana de Jesús- que sube con Cristo en el seno de Dios. Por lo tanto, nosotros, aunque estemos viviendo en la tierra, estamos ya en el Cielo espiritualmente con Jesús. María es la única que está en el cielo con Jesús, con su cuerpo y alma. La vida cristiana debe ser un continuo ascenso hacia el plan infinito de Dios, enriquecida con la plenitud humana y divina de Cristo que poco a poco se realiza completamente en todas las cosas. “Venimos de Dios y el deseo insaciable de amor y de felicidad que nos persigue es el llamado urgente del Padre celestial para transformarnos en Él, para estar en comunión con Él en la dicha infinita. De esta manera el hombre vuelve a las alturas originales donde Dios lo había colocado: frustraciones, desesperaciones, conflictos, represiones, angustias serán más fáciles de resolver” (N.Irala).
3 – Serán mis testigos – Con la Ascensión comienza también nuestro viaje en nombre de Jesús, por los caminos del mundo. Testimoniar es el término exacto: no sólo somos los representantes de Cristo, sus periodistas, sino los que lo personifican: “Asómbrense – dice San Agustín-, no son sólo cristianos, sino el mismo Cristo”. Testimoniar significa entonces, “hacer ver” nuestro ser Cristo, mostrar en cada gesto la vida de Jesús, revivir su misma historia humana. Cristo, entonces, “se va” porque quiere que nosotros vayamos adelante. Lo dice un texto hermoso de una canción: Dios no tiene ni manos ni pies, ni ojos ni oídos; nosotros somos sus ojos, sus manos, sus pies.
4 - ¿A qué punto estamos? – todavía son muy pocos los cristianos que “creen” a tal punto de identificarse en todo y por todo con Cristo. Debemos darnos cuenta de que cada uno de nosotros es un todo con Él. La identidad cristiana es justamente esto: ¡Yo soy una sola cosa con Jesucristo! Tal vez no me doy cuenta, pero todo el mundo quiere ver a Jesús en mí: ¡especialmente los que no creen!. Dondequiera que vaya lo llevo conmigo y lo manifiesto; Él me utiliza también a mí para salvar el mundo. Comprometámonos siempre a decir y hacer lo que Él diría y haría en esa circunstancia. ¿Qué más tenemos que testimoniar, sino que Él está en nosotros y nosotros en Él?
5 - Un programa de vida – Agustín lo resume así: “Hoy nuestro Señor Jesucristo ascendió al cielo; suba con Él también nuestro corazón”. Parece extraño, pero no se puede vivir bien en la tierra, si con el corazón no estamos ya allá arriba. Así que, el celo misionario para mejorar el nivel de vida en la tierra, es proporcional a la tensión mística que nos lleva continuamente al cielo a saborear las realidades divinas. Los verdaderos místicos son los que viven con el corazón en las alturas y los pies firmemente plantados en la tierra. Y la que llamamos “mística” debe convertirse en la figura normal para todos: buscar las cosas de allá para importarlas en la tierra, colocándolas dentro de las pequeñas realidades del mundo. Entonces, el tiempo se transformará en lo eterno, lo finito en lo infinito. ¡Así la dimensión social del cristianismo será una sola cosa con su dimensión trascendental!.