Domingo de Ramos

Posted by Padre Eugenio Cavallari on 17 March 2016

violaGloria a ti que vienes, lleno de bondad y de misericordia!

Lecturas: Isías 50,4‑7; Filipenses 2,6‑11; Lucas 22,14‑23,56.                      

1 ‑ La clave de lectura - Hoy Jesús nos dice quien es y lo que piensa de la vida. Sus palabras son más solemnes e indicativas porque las pronuncia por última vez antes de su pasión y muerte. Él es plenamente consciente de afirmar una verdad absolutamente fuera del alcance humano, por eso introduce su discurso invitándonos a observar la primera ley fundamental de comportamiento de la creación: “Si el grano de trigo no cae en  tierra y muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto. El que se apega a su vida la pierde; en cambio, el que aborrece su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna. Si alguno me quiere servir, tome su cruz y me siga” (Jn 12,24). Esta palabra expresa perfectamente la naturaleza de la vida según Dios y el por qué Dios nos la ha dado. Es solamente un don de Dios, no es propiedad privada y exclusiva de cada uno; por lo tanto, como tal, es de todos y debe ser ofrecida a todos. La vida es  PERDERSE, o sea, “darse por”, es decir donarse  a los demás por amor. La opinión contraria, la del mundo, sostiene que la vida es un TOMARSE, amarse egoístamente sin dar nada a los demás. Ahora, si aceptamos el principio de perderse por amor, entonces aceptamos todo el Evangelio; en cambio, si lo rechazamos, rechazamos todo el Evangelio. Pero este principio ¡es la única forma de salvación! Aquí reside el verdadero desafío entre el cristianismo y la cultura del mundo, que se juega desde hace dos mil años. ¿A quién da razón la historia?

2 - El hombre del “perderse” - Jesús es el modelo perfecto del “perderse” ya que vive y muere donándose totalmente: Él es el único sacrificio de la creación, es en todo y por todo el hombre para los demás. De esta manera nos enseña en la práctica cómo vivir y morir. La “pasión” de Cristo es toda su vida consumida hasta la última gota de sangre, de energía, de tiempo. Es por esto que el sacrificio eucarístico fue llamado por los cristianos del siglo IV:  la misa, ella es Cristo que “pone”, ofrece su vida por el rescate de la humanidad. Del mismo modo, también la vida de cada hombre es realmente vivida si se convierte en una única gran misa: sacrificio total de amor. He aquí el secreto misterioso y la estupenda lógica de esta visión de la vida, que exalta justamente la libertad humana como principio de amor y de comunión: quien más da, más recibe y se realiza.

3 - ¿Por quién murió Jesús? ‑ Vino sobre la tierra por nosotros, que habíamos perdido la verdadera vida, el amor de Dios, y murió para que volviésemos al amor hacia Dios y entre nosotros. Estábamos como muertos, e incapaces de acercarnos a la vida, por eso Cristo “quiso” morir por todos. Sin Él no podríamos esperar perdón y salvación: “afirmación solemne y maravillosa, que dice que la salvación o la condenación del hombre dependan del amor o el odio que él lleva a su alma ... Si amas de modo equivocado, odias; si odias en sentido bueno, amas. Bienaventurados los que saben odiar su alma para salvarla, evitando, por un malentendido amor, de perderla”. (S. Agustín, Comentario Ev.Jn. 51,10).

4 - Desde el domingo de Ramos al Sábado santo - El triunfo de Jesús  el domingo de Ramos es la fiesta humilde, simple y pacífica  que le tributa el amor humano, agradecido hacia su Dios y Salvador. ¿Es un triunfo demostrado sólo por cinco minutos o para siempre con una vida digna y llena de obras buenas?.

En  jueves santo, durante la última cena de Pascua, Jesús lava los pies de los apóstoles para recordarnos que “debemos lavarnos los pies unos a otros”, o sea, debemos servirnos con humildad, amor y perdonándonos mutuamente. Luego, literalmente, se dona para ser comido en la Eucaristía: el grano, perdiéndose en el sacrificio supremo de sí, se convierte en pan de vida para el mundo. Por último, ordena a los Apóstoles que hagan lo mismo: consagrar el cuerpo y la sangre de Cristo para siempre, hasta el fin del mundo.

El viernes santo, de lo alto de la cruz, Cristo perdona a todos los hombres, gritando su perenne “tengo sed de amor”, incluso nos da a su madre y sella su pasión con el "Todo se ha cumplido". Con el último golpe de lanza también vierte las últimas gotas de sangre: ¡no había nada más para donar a los hombres!.

El sábado santo, con Cristo sepultado, termina para siempre un modo equivocado de vivir, resultado del pecado, y se prepara a resurgir otro hombre, otra forma de vida. En aquel sepulcro espera florecer la nueva esperanza en Cristo resucitado. La Pascua cristiana debe marcar este pasaje de una vida “no perdida” a una vida “perdida” a la manera de Cristo.

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