Primer Domingo de Adviento
Tomen ánimo y levantem la cabeza porque se acerca vuestra liberación
Lecturas: Jeremías 33,14 16; Tesalonicenses 3,12 4,2; Lucas 21,25 28.34 36.
1 - El Adviento – Es el primer período del año litúrgico: cuatro semanas de intensa preparación para la Navidad. La palabra “adviento” indica la llegada extraordinaria de Dios en la historia de los hombres de todos los tiempos. Los momentos más destacados de esta presencia divina en el corazón de la humanidad son tres: 1) el nacimiento de Jesús en Belén: el Hijo de Dios se hizo hombre para salvarnos; 2) su encarnación en la actualidad de cada hombre; 3) la venida de Cristo al final de la historia, cuando los hombres entrarán en la vida infinita de Dios y Él será “todo en todos”
2 – Nuestra Navidad – Si Dios viene todos los días, por el simple hecho de que siempre está con nosotros, es fundamental celebrar la Navidad teniendo en cuenta lo que ocurre hoy o en un futuro cercano: “Tomen ánimo y levantem la cabeza porque se acerca vuestra liberación”. La Iglesia cultiva la percepción clara y constante de una nueva presencia del Señor, por lo tanto reza y escruta atentamente los movimientos de Dios a través de los muchos signos de los tiempos, tanto positivos como negativos que indican como inminente la hora de la liberación. Si bien todos los medios de comunicación nos dicen que es una Navidad en tiempos de crisis, la Iglesia sigue alimentándonos con la esperanza y la resurrección. La esperanza cristiana nos impulsa a invocar la ayuda extraordinaria de Dios para volver a encender nuestra buena voluntad y para transformar radicalmente la vida humana en la divina: Gloria a Dios y paz en la tierra a los hombres que Él ama. Aquí está la buena noticia que resuena de nuevo en el mundo, debilitado por las pruebas pero orientado como nunca antes hacia un futuro mejor: ¡Somos amados por Dios!
3 – Jesús nace en ti – es un eslogan que podemos hacer nuestro personalizándolo al máximo para la nueva Navidad, centrado en el núcleo esencial del misterio de la Encarnación. Se debe repetir en nosotros lo que sucedió a María: Ella le dio a Jesús un cuerpo de hombre, demos nuestro corazón, nuestra alma y el mismo cuerpo a Jesús. Esta realidad ha sido muy bien formulada por Juan Pablo II en su primer encíclica: Haciéndose hombre, Jesús quiso asumir a cada hombre (Redemptor hominis). Este es el prodigio de la Navidad: Jesús, encarnándose espiritualmente en cada hombre, lo asimila poco a poco en su forma de pensar y de vivir.
4 – Dar a la luz a Jesús – María es madre, no sólo porque tuvo un hijo, sino porque lo dio al mundo. Así también nosotros: en Jesús nos entregamos a los demás para salvar la vida de todos. Cada acto de la vida cotidiana es un acto de amor que salva. Multipliquemos verdaderos sentimientos de estima, amistad, comprensión, perdón, cooperación. Todo el mundo quiere ver y tocar a este Jesús en nosotros: No vivo yo, sino que es Cristo que vive en mí (S. Pablo).
5 - Puntos concretos – Preparemos un corazón “bien dispuesto” a Jesús: oración, adoración, silencio y escucha del corazón; revisión de la propia vida para purificarnos de toda presencia inútil o perjudicial de las criaturas, atención a los estímulos interiores del Señor y a los pedidos de los hermanos. Pablo nos sugiere la terapia adecuada: Vigilen que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida. De una manera más positiva: vamos a concentrarnos en lo esencial, sobriedad en todo, serenidad y continuidad en los compromisos. Agustín, establece así el discurso: “El amor a muchas cosas se vence con el amor al único Bien” (Sermón 65A, 2). Entonces será más fácil renunciar a todo lo superfluo para darlo a los demás, ser menos superficiales en las relaciones humanas. Es suficiente una sonrisa, un saludo, una visita a los que están solos o enfermos o con dificultades.