XIV Domingo Del Tiempo Ordinario
Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy dócil y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma.
Lecturas: Zacarías 9, 9 10; Romanos 8, 9.11 13; Mateo 11, 25 30.
1 - La nueva majestad – El profeta Zacarías presenta al futuro Mesías, Jesucristo como un rey, que entra en la nueva Jerusalén de la humanidad redimida sin armas y signos de poder: “Él es justo y victorioso, montado en un burro,
en un burrito, cría de una burra; anunciará paz a las naciones”. El nuevo estilo de la grandeza divina y humana es la humildad no el orgullo, la mansedumbre no la prepotencia. Estos valores espléndidos Jesús se los atribuye a él mismo: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón y encontrarán descanso para su alma”.
2 - Una cuestión perjudicial – El Evangelio del amor se dirige a los “pequeños” por una razón muy simple: sólo ellos pueden entenderlo y aceptarlo. De hecho, el orgulloso ostenta autosuficiencia, autonomía absoluta, plena independencia, por lo que nunca aceptará un “punto de referencia” superior a su inteligencia y libertad; mucho menos aceptará de estar en falta, en deuda, culpable hacia Dios y hacia los demás.¡Ahora bien, puesto que Dios respeta escrupulosamente la libertad humana, es salvado sólo quien acepta de ser salvado!
3 - La medicina – Es la humildad, un don de Dios que sana el alma humana del mal del orgullo, la causa de todo pecado. Esta medicina actúa en una variedad de formas: a) restablece una relación correcta con Dios, consigo mismo y con los demás; b) hace renacer un dinamismo interno positivo en la búsqueda de la perfección. Así, la humildad es el camino interior más directo hacia Dios, a sí mismos y a los demás. Agustín lo recuerda: “Oh hombre, si quieres subir baja, a fin de que puedas subir hasta Dios, ya que caíste ascendiendo contra él” (Confesiones 4,12,19).
4 - La paz interior – No se encuentra en el orgullo insaciable, pero en la serena tranquilidad de la humildad. Frente al misterio insondable de la Voluntad divina, a lo desconocido de los acontecimientos humanos, a los problemas de la convivencia con los demás, al propio límite, la humildad es la única y verdadera paz del corazón, que nos protege de todas las formas de ilusión y de engaño, de la pereza, del resentimiento, del miedo. De hecho, la primera humildad hacia nosotros es aceptarnos: sólo así seremos verdaderamente libres y en paz.
5 - La medida del infinito – “Si quieres llegar a la cima de la perfección, excava en ti los cimientos de la humildad” (Agustín). Al infinito, nos podemos acercar sólo con una absoluta humildad, sabiendo bien que todo es don de Dios: sin Él no podemos hacer nada. El Señor rechaza sistemáticamente a los orgullosos y siempre le elige humildes, porque no puede negarse a sí mismo, que es la humildad infinita. Un ejemplo entre otros: ¡la virgen y madre Maria, la más humilde de todas las criaturas! Si también nosotros querremos la humildad, esta palabra de Jesús se realizará en su totalidad: “Nadie conoce realmente al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce realmente al Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer” (Evangelio).