II Domingo de Adviento

Posted by Padre Eugenio Cavallari on 5 December 2015

violaPreparen el camino al Señor, enderecen sus sendas

Lecturas: Baruc  5,1‑9; Filipenses  1, 4-6.8‑11; Lucas  3,1‑6.                      

1 ‑ A cada cual lo suyo – Hoy la Palabra de Dios pone el énfasis en el papel decisivo del hombre en la obra de salvación. Claro, Dios “ha iniciado en nosotros la salvación y la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús”, pero el hombre tiene la tarea de cooperar con toda su energía a este proyecto divino. Él no quiere prescindir de nuestra cooperación libre y plena: “Quien te ha creado sin ti, no te salvará sin ti”(Agustín). El momento más delicado y valioso para el hombre siempre es el inicio, cuando nos damos cuenta de necesitar un médico y un libertador, pero tenemos la tentación de prescindir para arreglarnos por nuestra cuenta. He aquí la importancia del primer "sí": aceptar con humildad el hecho de ser salvados, pidiendo perdón de nuestra vida pasada y pidiendo ayuda para el futuro. La gracia del perdón también es necesaria porque provoca la nueva voluntad de cambiar vida, es decir convertirnos a una forma diferente de vida siguiendo el ejemplo de Jesús. Antes, la libertad era arrastrada por la pasión del mal, ahora se siente atraída y conducida placenteramente por un nuevo fervor hacia el amor infinito de Dios.

2 – Juan Bautista – Tenía la tarea de anunciar la inminente llegada del Salvador,  solicitando a los hombres al “bautismo de conversión para conseguir el perdón de los pecados”. El bautismo ya no es el agua del río Jordán, pero el río de sangre que brota de la misericordia infinita de la Cruz de Cristo Redentor. Ciertamente la conversión no puede agotarse en un cambio superficial de conducta, sino en un cambio radical de dirección de vida, el centro del cual ya no se encuentra mi "yo", sino Dios y los demás. La tarea de Juan: predicar testimoniando a Cristo, corresponde hoy a la Iglesia, es decir a cada cristiano.

3 - Un efecto detonante – No nos cuesta mucho entender que, cuando Dios entra en el pequeño y enfermo corazón del hombre, debe producirse el efecto de una explosión detonante, que sacude profundamente la forma de pensar y actuar. Cualquier concepción física o espiritual (especialmente cuando se concibe en la mente y en el corazón ¡la Palabra de Dios!) puede alterar saludablemente el equilibrio del ser-madre: este es el trabajo de conversión. Se trata de preparar nuestros corazones a recibir como a un hijo -no como a un huésped- a Dios, eliminando todo lo que pone de relieve la diferencia. Es una actitud "anti", porque hoy todo nos quiere hacer creer que no se necesitan cambios o que es imposible cambiar. La llegada de Dios significa para el hombre: ¡reacciona, comienza de nuevo, lo lograrás!

4 – Montañas y valles – Las llamamos barreras, pero no son más que montañas de orgullo y autosuficiencia: creemos que somos perfectos e incuestionables rechazando críticas y consejos, nos construimos razones y falsos pretextos personales o de categoría. Si realmente queremos profundizar el diálogo con Dios y con los demás (cónyuge, hijos, colegas, lejanos), quitemos la resistencia interna y las diferenciaciones artificiales. ¿Y los valles? Precisamente: el miedo, la pereza, la indolencia, la irresponsabilidad, el absentismo, las actitudes rígidas y hurañas, vivir al día con la opinión de la masa. Es hora de allanar las montañas y construir puentes de amistad y cooperación con todos, tomando la iniciativa en cualquier campo de actividad. Hay demasiados puestos vacíos. Parece extraño, ¡pero a menudo hay más solidaridad en el mal que en el bien!

5 – Los caminos tortuosos – Todo debe ser claro y directo ante Dios. La verdad requiere sinceridad. Somos tortuosos cuando no nos decidimos a hacer cortes netos con el mal y nuestras pasiones (incluso cuando se compromete la salud), cuando no adoptamos terapias y remedios drásticos, cuando no tomamos en serio el Evangelio (sin agregar el "si" o "pero"). Somos tortuosos con los demás cuando hablamos por detrás, elegimos posiciones ambiguas, no intentamos aclaraciones sinceras, fingimos de no ver y no entender, usamos las excusas habituales (no tengo tiempo, tengo mucho que hacer, no lo logro). Si Dios realmente nace en nosotros, nuestra vida debe cambiar radicalmente.

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