Sexto Domingo De Pascua
Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes.
Lecturas: Hechos 8, 5 8.14 17; 1 Pedro 3, 15 18; Juan 14, 15 21.
1 - El testamento de Jesús – Cuando un padre habla por última vez a sus hijos, deja en la memoria el ejemplo de su vida y les recomienda amarse. Jesús quiso hacer algo más: nos dejó "otro" Consolador, es decir el Espíritu Santo mismo, por medio del cual el Padre y el Hijo siempre estarán con nosotros.
2 - El Consolador –- Éste es el nombre propio del Espíritu Santo, ya que define plenamente su papel en la salvación, haciéndose cercano a cada hombre para llenar su soledad. El consuelo de Dios es su propio "Amor de Madre" para todos los hombres: guía de verdad para la inteligencia y sostén de gracia para la voluntad. Él combina en sí mismo todas las tareas del Padre y del Hijo: ayudante, consejero, abogado, defensor, protector, intercesor. Él también consuela porque alimenta la esperanza en la presencia de Cristo y en nuestra unión con Él y entre nosotros: “En aquel día ustedes se darán cuenta de que yo estoy en mi Padre, y ustedes en mí, y yo en ustedes.”
3 - Huésped del alma – Escribe el apóstol Pedro: “Glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor. Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes.”. La razón número uno de nuestra esperanza es precisamente ¡el Espíritu Santo! Él es todo para nosotros. Nos habla dentro, nos revela el misterio de amor que Dios tiene para nosotros y nos introduce en la intimidad con Dios. Su lenguaje es claro y fuerte, aunque a veces no'explicado.' Con Él podemos hacer la experiencia real de Dios en la tierra, con un conocimiento más íntimo y personal de los secretos divinos, que el Espíritu Santo nos revela cada día.
4 - El templo de Dios – La morada por excelencia de Dios en la tierra es el corazón humano: “¿No saben que son templo del Espíritu Santo?”. ¡Cuánta fuerza de esta presencia consoladora! He aquí, pues hay algunos puntos específicos que se deben realizar para asegurarnos esta presencia íntima: nunca ofender a Dios con pensamientos, deseos y acciones contrarias a su amor; sufrir y luchar sin desanimarse; dejarse guiar en todo por su voz interior, o sea por sus deseos; reconocer y respetar a Dios en los demás; nunca confiar sólo en sí mismos, pero considerar todo el bien realizado como un don del Espíritu: “El que hace suyos mis mandamientos y los obedece, ese es el que me ama. Y al que me ama, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él.”.