Solemnidad De Todos Los Santos

Posted by Padre Eugenio Cavallari on 30 October 2015

gialloAlégrense y llénense de júbilo, porque les espera una gran recompensa en el cielo

Lecturas: Apocalipsis 7, 2-4.9-14;  1 Juan 3,1-3;  Mateo 5, 1-12.                      

1 -¿Quiénes son?– Los santos son hombres y mujeres que han hecho “el lleno” de Dios, construyendo sus vidas con un único objetivo: “Amar a Dios con todo el corazón, la mente y las fuerzas; amar al prójimo como lo ama Jesús”. Son criaturas que, a pesar de vivir en la tierra con todos los problemas, las dificultades y los sufrimientos de la vida, han puesto establemente en Dios sus corazones viviendo sólo para Él. Agustín exclama en nombre de todos: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! - ahora te amo sólo a ti, te sigo sólo a ti, quiero ser tu pleno derecho” (Confesiones y Soliloquios).

2 – Las bienaventuranzas– Ellos han elegido el código de la santidad, propuesto por Jesús en ese monte santo, símbolo de la sublime perfección cristiana. Las “Bienaventuranzas” constan de ocho puntos, que son los valores divinos y humanos de Jesús, que se nos proponen a todos para imitarlos: la humildad de la pobreza de espíritu, la aflicción de no ser perfectos, la mansedumbre del auto-control, la justicia de la perfección infinita, la misericordia del perdón, la pureza del corazón, la paciencia en la persecución, la perseverancia en las adversidades. De esta manera los santos, con la paciencia impaciente de toda una vida, se han unido a la estabilidad eterna de Dios. ¡Cada día más y más!

3 – Los Novísimos del hombre– Los santos, en concreto, han tenido bien presente los cuatro misterios que se destacan al final de la vida terrenal: la muerte, el juicio divino, el infierno, el cielo. Todo, vivido bajo la luz de la muerte y resurrección de Cristo, que Agustín define felizmente como la “relación de dos a uno”: con una sola muerte Cristo nos liberó de dos muertes: la del alma y la del cuerpo, con una sola resurrección Cristo nos dio dos resurrecciones: la del alma y la del cuerpo. Del mismo modo, hay dos juicios, dos infiernos y dos paraísos: uno en esta vida y otro en aquella futura: el juicio de la conciencia nos acompaña y prepara el juicio final, el infierno en la tierra es la situación del alma devastada por el pecado y es la figura de la destrucción eterna de los que rechazan a Dios para siempre, el paraíso es ya la profunda paz de la pureza de conciencia que nos hace gustar de antemano el gozo eterno del Paraíso.

4 – La comunión de los Santos – El misterio de la Iglesia es único y abarca toda la humanidad del cielo y la tierra. Ella forma una única familia en la unidad de la Trinidad. Esto significa que todo el bien del cielo se derrama sobre la tierra y todo el bien de la tierra prepara el cielo. La población celestial de los ángeles y de los santos, estando en Dios, también está más cerca nuestro para ayudarnos, estimularnos, animarnos. Ésta es la “comunión de los santos”, que hace circular el bien de cada uno en todos y viceversa. Por esta razón, el misterio de la Iglesia en la tierra también abarca todo el pasado (las almas de aquellos que nos han precedido), el presente (la humanidad actual) y el futuro (los que vendrán después de nosotros hasta al final de la historia). Por tanto, la comunión de oración debe estar dirigida a todos los miembros de la Iglesia del futuro: tampoco aquí deben existir las barreras del tiempo. Se puede decir con San Agustín: ¡Tratemos de estar totalmente aquí, para no estar aquí!

5 – El Purgatorio – Estas son las almas que han pasado positivamente el juicio de Dios, pero que todavía tienen que purificarse, donando totalmente sus vidas. Este fuego, que precede el juicio final, obra en los redimidos como un medio de salvación. Estas almas, también trabajan y merecen para nosotros: encomendémonos a ellas y encomendémoslas a la misericordia de Dios. Su voz fraterna nos invita a no desperdiciar el tiempo y los dones de Dios, a vigilar viviendo bien para que nuestro último día no nos encuentre desprevenidos. Ciñamos los lomos del corazón con la fortaleza y con la esperanza, absteniéndonos de todos los deseos ilícitos, llenos de ardor para las obras buenas y la perfección de la santidad.

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