Tercer Domingo de Cuaresma

Posted by Padre Eugenio Cavallari on 25 February 2016

violaSi no se convierten, todos perecerán del mismo modo

Lecturas: Éxodo 3,1‑8.13‑15; Corintios 10,10‑12; Lucas 13,1‑9.                      

1 – La zarza ardiente – La Cuaresma nos lleva, como a Moisés, a un paso de Dios. En nuestra conciencia o en nuestro corazón, que se han vuelto nuestro zarzal ardiente, estamos siempre cara a cara con la santidad divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Como Moisés, también nosotros nos sentimos muy pequeñitos delante a “Yo-soy-el-que-soy”; pero al mismo tiempo estamos conmovidos y vencidos por tanta bondad de parte de Aquel que se inclina sobre nosotros: Quítate las sandalias, porque estás pisando tierra santa”. Esta tierra santa es justamente nuestro corazón, donde Dios se complace en habitar para siempre como en su templo santo. Tomemos entonces conciencia de que el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones para transformarnos en algo divinamente santo. Este amor, como el fuego de la zarza ardiente, quema sin apagarse nunca.

2 ‑ La conversión – El término equivalente griego es 'metanoia', que literalmente significa un cambio de vida tan radical, que no puede ser concebido por mente humana. Este proceso de conversión –según San Agustín- incluye cuatro fases fundamentales: desprendernos de las criaturas, entrar dentro nuestro, salir de nosotros, volvernos a Dios: “Vuelve a ti mismo, pero no te quedes allí, mas vuélvete hacia lo alto. Devuelve tu ser a Aquel que te ha creado y redimido, luego que tú le habías dado la espalda. Vuelve en ti y dirígete hacia Él” (San Agustín, Sermón 330,3). Tengo que entrar en mi mismo para ser realmente yo, es decir, para transformarme en un hombre auténtico; luego debo dirigirme a Dios para transformarme lo más posible en Él. Efectivamente, el nombre “cristiano” quiere decir Cristo: “Gocemos y agradezcamos a Dios, no solo porque nos hemos convertido en cristianos sino que en el mismo Cristo. ¿Entienden, hermanos? Asómbrense y gocen: ¡nos hemos transformado en Cristo!” (San Agustín, Tr.Ev.Jn 21,8). En realidad, la conversión es llegar a ser como Jesús. El verdadero problema está aquí mismo: ser capaces de cambiar las mentes y los corazones de la gente para que piensen y obren a la manera de Dios. Ciertas cosas no se harán nunca porque ni siquiera somos capaces de imaginarlas... El cristianismo por lo tanto insiste justamente sobre la conversión interior de la mente y el corazón, como hecho prejudicial para un verdadero cambio de la conducta humana y de las condiciones de vida en el mundo. Para solucionar las situaciones negativas, no bastan las “reformas estructurales” y, mucho menos, la pena de muerte. ¡Tenemos que cambiar al hombre desde adentro!

3 - ¿Dónde ir? – La conversión no termina eliminando los defectos, sino más bien con un cambio de dirección para dar pleno sentido a la vida o, al menos, con una aceleración del camino, con la intensificación del compromiso. Las consecuencias desoladoras del mal -como la droga, el terrorismo, la corrupción y el crimen organizado- son el precio salado que paga toda la comunidad por evitar este tema prejudicial. Se diría que la conversión evangélica, antes que el corazón, toca de cerca nuestra salud y nuestros bolsillos...

4 ‑ ¿Qué hacer? – Mientras tanto, no pensemos más que ya no se puede hacer nada y que toda la culpa es de los demás. Un pequeñísimo gesto mio puede significar vida nueva para todo el mundo. Por lo tanto, cada uno debe dar el primer paso para desbloquear la situación en sí mismo: es decir, teniendo confianza en los demás, y más aún ¡en nosotros mismos! Este es el primer paso para lograrlo: volver a saludar a una determinada persona, restablecer relaciones en el propio entorno, mirar en fondo al propio corazón, decidirse a hacer una confesión general...

5 – Dar frutos – La breve parábola de la higuera aclara el resultado de la conversión: nuestra vida debe dar frutos buenos para todos. Estos son algunos de los objetivos: pasar del egoísmo al amor, de una concepción materialística e instintiva de la vida a una más consciente, libre y responsable; dar un verdadero sentido de vida a nuestros días, en una perspectiva de eternidad y universalidad.

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