XI Domingo Del Tiempo Ordinario

Posted by Padre Eugenio Cavallari on 11 June 2016

verdeSus pecados le fueron perdonados porque mucho ha amado

Lecturas: Samuel 12, 7 10.13; Gálatas 2, 16.19 21; Lucas 7, 36 50

1 - Un Dios queperdona – Tratemos de imaginar un mundo en el que el hombre no tuviese ninguna posibilidad de ser perdonado ni por Dios ni por los hombres: sería la desesperación... Es por eso que el Salmo responsorio canta la bendición del hombre que tiene la posibilidad de ser siempre perdonado por Dios: “Tú eres un refugio para mí, de la angustia, me guardas, me rodeas de cantos de liberación. Todos los rectos de corazón, griten de gozo”! Por otro lado, si no hubiese perdón, sería inútil hablar de pecado y redención; así que repitamos siempre: “Devuélveme, Señor, la alegría del perdón”. A partir de aquí comienza y recomienza la esperanza cristiana y humana: si Dios me perdona, quiere decir que puedo lograr liberarme para siempre del mal. ¡Aunque los hombres me negaran el perdón, ¡estoy salvado!

2 - La fe en Jesucristo – De todas maneras, la fe cristiana es una tarea difícil porque, desde el primer impacto, exige que el hombre se reconozca, efectivamente, no sólo como criatura de Dios, sino también como pecador y reconozca a Cristo como su único Salvador. Tres órdenes de razones que deben ser recibidas con lucidez en toda su extensión. La fe, en efecto, se inicia con un acto de perdón infinito de parte de Dios que nos remite el pecado original y eventualmente cualquier pecado personal. Ninguna “buena obra”, hecha por el interesado, valdría para él la reconciliación con Dios. San Pablo expresa esta verdad muy claramente: “Nadie se convierte en justo por cumplir la Ley (por sus méritos), sino por la fe que trae Cristo Jesús... Lo que vivo en mi carne (o sea en el tiempo), lo vivo con la fe: ahí tengo al Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.

3 - Pedir perdón – Por nuestra parte, se nos pide la abierta confesión de nuestros pecados. Clama David “¡He pecado contra el Señor!” y Natán lo asegura: “ El Señor ha quitado tu pecado, no morirás”. La confesión auténtica es siempre un acto de amor, que brota de lo más profundo del corazón y expresa su pesar por haber ofendido a la persona más amada: Dios; quién ama, ¡se confiesa!. O confiesa gratitud por el don de Dios, o bien confiesa su culpa y pide perdón: ¡Gracias, Señor! - ¡Perdóname, Señor!

4 – La mujer pecadora - Es el símbolo de la criatura humana que ha llegado al colmo de la abyección y autodestrucción y se arroja a los pies de Dios, segura que será perdonada y salvada sólo por Él, mientras que los hombres la quisieran eliminar: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz”. Simón, el fariseo, al contrario, es la figura de la torpeza humana que peca y se justifica acusando a los demás. La respuesta calma de Jesús aclara, ya sea el hecho del perdón, ya sea el rechazo del perdón: “Sus numerosos pecados, le quedan perdonados, por el mucho amor que ha manifestado. En cambio, aquel al que se le perdona poco, ama poco”,

5 - La situación actual – Hay muchas personas que realmente han perdido o nunca tuvieron la esperanza de ser perdonadas por Dios y por los hombres, y de poderse “rehabilitar” con una nueva vida (presos, drogadictos, fracasados, marginados, etc.). Un gesto de comprensión y de aceptación eficaz es el único remedio para restablecer la esperanza en una recuperación social y moral personal. También la violencia tiene como matriz la convicción de que “a esta altura no hay nada que hacer”. Por lo tanto, como cristianos, aprendamos a sustituir la intransigencia de muchos con la misma aceptación que tiene Cristo por nosotros. ¡Ésta sí que es igualdad perfecta!

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