Vigésimosegundo Domingo del Tiempo Ordinario
Quien se exalta será humillado y quien se humilla será exaltado
Lecturas: Eclesiástico 3, 30 31; Hebreos 12, 24; Lucas 14, 1.7 14.
1 - La verdadera grandeza – Se llama precisamente eso: la humildad. La poseen solo los seres verdaderamente grandes, los que no necesitan gloriarse o llenarse de soberbia para mostrar lo que son. Ellos, por su parte, saben perfectamente que lo que tienen y lo que pueden hacer es sólo un don de Dios, totalmente gratuito e inmerecido. ¡No son cosas de ellos! Además, hay un ejemplo de “verdadera” grandeza e infinitamente diferente, la de Jesucristo: “ el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil 2,7 8). Texto fundamental para cualquier persona que quiera aprender a ser humilde. ¡ Sobre este texto San Agustín escribió 1300 veces!
2 – La humildad – No es sólo una virtud, sino el valor y la condición indispensable para encontrar su acceso, o sea para acoger a Dios y a los hombres: “Hijo mío – dice el Eclesiástico- realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios. Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor, porque el poder del Señor es grande y él es glorificado por los humildes”. La humildad es una virtud simpática ya que proviene de un profundo sentimiento de respeto reverencial y amor hacia Dios, de estima y simpatía hacia los demás y de verdad hacia sí mismos.
3 - La soberbia – El relato bíblico del pecado original explica claramente la naturaleza de este sentimiento. Se trata de una elección básica de los seres angélicos y humanos con lo que han tratado de apoderarse de la vida, como algo absoluto y exclusivo, pretendiendo ser independientes de Dios, ¡y hasta considerándose como Él! En este sentido, San Agustín nos recuerda: “Hombre, si quieres subir, desciende. Tú, que por querer subir contra Dios, has descendido” (Confesiones).
4 – El último lugar – La parábola del Evangelio, destaca el estilo de la humildad que elige siempre el último lugar para favorecer a los demás, para hacerlos sentirse bien. En fin, en la vida no tiene importancia el primer lugar, pero el lugar correcto. Ceder lugar a los otros, significa compartir con los demás, los propios dones y la posición alcanzada, justamente porque “no somos propietarios de nuestras vidas”. El humilde, de hecho, conquista el lugar central en la sociedad, ya que es capaz de estar siempre en la verdad.
5 -¡Amigo, pasa adelante! – La carta a los Hebreos nos recuerda que “ nos hemos acercado al monte de Dios, la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto”. ¡La humildad es realmente capaz de abolir todas las distancias! Frente a esta realidad, donde Dios es todo en todos y donde no tiene más sentido ser más o menos que otros, nuestras mezquinas reglas o prioridades. o nuestros trucos para ocupar los primeros lugares, ¡ya no tienen razón de ser!