Vigésimo Noveno Domingo Del Tiempo Ordinario

Posted by Padre Eugenio Cavallari on 23 November 2013

verdeDios hará justicia a sus elegidos que claman a Él    

Lecturas: Éxodo 17,8-13; II Timoteo 3,14 4.2; Lucas 18,1 8.                      

1 - Los brazos alzados – Moisés gana al enemigo en la batalla con la oración. Aarón y Jur le sostienen los brazos para que no acabe su oración. El sentido de la parábola es muy claro: las batallas de la vida se vencen rezando. Cuando el corazón, la familia, el trabajo, las relaciones sociales nos tormentan, elevemos el grito de la oración al Padre que está en los cielos.
2 – No estamos solos – Nuestro Moisés es Cristo, que constantemente se mantiene con los brazos extendidos en la oración y la ofrenda de sí mismo. Así que cuando oramos, nos unimos a la oración que Cristo hace por nosotros y por todos. ¡También el Espíritu Santo gime siempre “con gemidos inenarrables en nuestros corazones y grita por nosotros: Abá, Padre”! He aquí una regla muy simple para rezar bien: tengo que unir siempre mi pobre oración con la de Jesucristo y del Espíritu Santo; ellos rezan y ofrecen por todos, por lo que su oración se convierte en la mía. De esta manera tengo la certeza de ser escuchado.
3 - La oración – Primero de todo es un diálogo de amor y de vida entre los hijos y el Padre. Quien no tiene esta fe no ama, y quien no ama no reza: “ cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?. ¿De dónde nace la oración? De la misma naturaleza del corazón humano, que está hecho para desear, o sea para conquistar al bien amado; o sea para amar, para rezar: “Rezar –dice San Agustín- no significa hablar, pero desear. Quien siempre desea, siempre reza. ¿cuándo se adormece tu oración? Cuando se enfría tu deseo”.
4 - Todo y siempre – Si la oración es el alimento fundamental de la vida, entonces es muy lógico el consejo evangélico: “orar siempre sin desanimarse” También es igualmente necesario rezar poniendo toda la vida y todo sí mismos en la oración: “Cuando oras dile al Señor quien eres” (San Agustin). ¡En la oración está todo el hombre, en el hombre todo es oración! Que esta sea la ofrenda, el don total de sí mismos.
5 - Con libertad – No se reza solamente en la iglesia. Se reza entrando en lo íntimo del corazón. Así que incluso en el hogar, en la calle, en el trabajo se puede rezar. En definitiva, cualquier hora del día es buena para recogernos en Dios y escucharlo mientras nos habla. Ni siquiera son necesarias las “fórmulas” para rezar: el corazón inventa la oración oportuna.
6 - Escuchar – La verdadera oración es el resultado de nuestra unión con Dios: sentirlo, contemplarlo, sumergirnos en su amor, escucharlo! De esta riqueza interior, nacerá la capacidad de testimoniar, manifestando a los demás la riqueza de nuestro corazón. San Pablo así lo describe: “enseñar, convencer, corregir, formar a la justicia, para que el hombre de Dios sea completo y bien preparado para toda obra buena.”